Desde un punto de vista
formal, los fotogramas pertenecen claramente a la categoría del arte abstracto.
Realistas en cuanto a su fabricación material -dado que es absolutamente
necesario el uso de objetos concretos para su realización-, una vez terminada
la obra, parecen formar parte de una estética "no figurativa".
Los
materiales utilizados raras veces son identificables y han sido dispuestos de
tal forma que imposibilitan cualquier referencia al mundo real; diversas indicaciones
inscritas por la mano del artista al dorso de las obras señalan que no se les
atribuye ninguna posición precisa en su presentación. El fotograma no es una
copia, sino una transmutación de lo real, y en primer lugar, del fenómeno de la
luz. Cuando Moholy-Nagy habla de que la fotografía y el fotograma "dan
forma a la luz", para él, la mejor manera de lograr ese objetivo es
canalizar el fenómeno en sí mismo y por sí mismo, jugando únicamente con formas
puras. La abstracción del fotograma está pues vinculada deliberadamente a los
envites pictóricos de la época, pero también a los propios collages y
fotografías de Moholy-Nagy, y sobre todo a su obra pintada. Las superposiciones
que crea con materiales traslúcidos y transparentes tienen su origen en la técnica
del fotomontaje, con sus transparencias, sus relaciones de formatos y de
escalas, inversiones de positivos y negativos: ciertos efectos de luminosidad y
de toma de vista son comparables a lo que el artista hace en fotografía al
encuadrar personajes proyectando sobre ellos la sombra de una reja, o
tomándolos en contrapicado. Ciertamente, los fotogramas poseen su novedad y su
calidad intrínseca, y las innovaciones que permiten no podrían obtenerse por
otros medios, pero con estas exploraciones plásticas, Moholy-Nagy se limita a
subrayar la amplitud de su proyecto: transformar la visión supone que se opere
en todos los dominios a gran escala y no sólo en un ámbito determinado. Si
comparamos los rasgos formales de las pinturas abstractas realizadas simultáneamente
a los fotogramas, entre los años veinte y treinta, nos sorprenderá descubrir
las similitudes plásticas entre dos medios tan distintos. Los dos tipos de obra
pueden dividirse rudimentariamente entre formas orgánicas y formas geométricas,
y a menudo comportan estructuras, líneas y composiciones que podrían
pertenecer, si no fuera por la disparidad de la técnica utilizada,
indistintamente a la pintura o al fotograma.
Aunque
siempre mantuvo que el fotograma era "una escritura y un dibujo de la
luz", o que permitía "pintar con la luz", la preocupación de
Moholy-Nagy no se reducía simplemente a cambiar de herramienta y hacer con la
luz lo que antes se hacía con un lápiz o un pincel. Las conquistas estéticas de
la luz eran en realidad una manera de transformar nuestra relación con la
pintura y el dibujo,
y con todo lo que concierne a la pictórica tradicional.
Estática, frontal, bidimensional, la pintura ya no correspondía a la
"visión en movimiento" concebida por Moholy-Nagy, que pretendía en cambio
integrar el tiempo, los desplazamientos, la "polisensorialidad" y la
pluridimensionalidad para que la obra de arte fuera una de las vías capaces de
conducirnos hacia el hombre nuevo. Abrir aún más la mirada a un mundo hasta
entonces desconocido y revelado gracias a los fotogramas no sería una simple
metáfora en la descripción del proyecto de este artista. Por su naturaleza, los
fotogramas pueden valer tanto como la definición de toda su estética: partir de
lo real para alcanzar una realidad enriquecida y distinta, es decir, otra
realidad.
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